jueves, 4 de agosto de 2011

Inmerso en mis Delirios

Ya son varias las noches que acabo apoyado en mi ventana mirando el horizonte. Me pierdo por las carreteras, entre las luces de la ciudad, más allá de lo que la vista puede alcanzar, donde las luces ya se hacen borrosas y las montañas apenas se pueden ver como algo más que algo grande y oscuro que está a kilómetros.


Son imágenes, imágenes que no apreciaríamos en una fotografía o si vamos cabizbajos. Hay que mantener la cabeza siempre alta y mirar al frente, y a veces arriba para jugar con las formas de las nubes y estrellas e intentar alcanzarlas.


Aún pasa el último coche de la noche, que vaya a donde vaya respeta totalmente todas las normas de circulación aunque no hay nadie más por aquí. Se escuchan, a lo lejos, los ruidos de motos acelerando mientras parece que el tubo de escape les va a explotar.


Un poco de jaleo, algunos gritos y risas de las parejas que se despiden como se saludan, con esa bonita forma de comunicarse que es tocándose y juntando sus labios.


Me pierdo entre tantos sonidos e imágenes y el tiempo vuela sin que me dé cuenta. No tengo nada en la cabeza, no puedo pensar en nada porque no hay nada en lo que pensar. Las cosas no van mal, pero tampoco van bien, ni han dejado de ir, simplemente... van.


Vuelvo mi vista mi habitación. Un ordenador que cada vez se apaga con más facilidad, una cama deshecha que sufre la vuelta de mi insomnio, la pequeña lámpara con el foco poco plegado, llenando de luz tenue la habitación y pocos detalles más.


Sé que este verano está a no mucho de dar una vuelta, quizá no muy grande, pero una vuelta al fin y al cabo. Esta herida apenas se ve ya, y que haga poco más de un mes estuviera en todo su esplendor... Cuando ella se vaya un cambio vendrá. De momento sigo desechando de mi mente las cosas que no valen la pena ocuparla.


Y mientras pienso en todo esto me acompaña, creando un ambiente aún más idóneo para esta situación, la música de ascensores.

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