domingo, 29 de enero de 2012

El Último Día Libre

Me encantan los días libres, son como una muestra de unas vacaciones, de saborear una amplia libertad, de verdad. Pero es cuando llegan te llegan dos seguidos, casualmente todo el fin de semana, y ves un paraíso escondido tras unos días en los que dormir es lo único prohibido.


Y sales, disfrutas de la luz del Sol tranquilamente, del sabor de la comida, de una siesta y de una noche entre rubias con espuma, ese humo que siempre nos traslada a otro sitio aparentemente igual, pero en el fondo mucho mejor.


Y vuelves a disfrutar de la luz del Sol, pero de otro día en el que también podrás evaporar con esa luz la parte del alma que se han quemado durante el resto de la semana. Coges la guitarra y recuerdas esas historias que aún te hacen sacar una sonrisa. Y encuentras entre tantos acordes algo que te acoge en él, una especie de sensación entre añoranza y estar en el mismo momento, pero mucho mejor aún.


Y llega la Luna del domingo, se enciende un cigarro con su luz en cada hogar, las parejas se despiertan de su siesta y encuentran un lugar íntimo bajo las sábanas para evadirse, más aún, del mundo exterior, (mi admiración por los que pueden hacerlo),  yo me quedo en mi mundo, con los que pueden formar parte de él. Y al final anocheces, con un pitillo en la mano y hablando con el del bajo, el chaval aquel y la chica que se cuela como susurros por el chat.


Sientes que has llegado a buen puerto, pero que las mareas no se remuevan demasiado, es fácil acostumbrarse a lo bueno e imposible a lo malo. Habrán tiempos aún mejores, pero para llegar a ellos debes de seguir anticipándote a los malos y superándolos desde lo lejos.


Desde mi pequeño búnker, para aquellos que sobreviven viviendo.